domingo, 8 de noviembre de 2020

La Plaza de Mayo


 




La Plaza Mayor

Como bien sabemos, la segunda y definitiva Fundación de Buenos Aires fue llevada a cabo por Juan de Garay el día 11 de junio de 1580 en el perímetro que hoy comprenden las calles Hipólito Yrigoyen, Rivadavia, Balcarce y Bolívar. En pocas palabras, en la actual Plaza de Mayo.
Pues bien. Si nos situamos en aquellos días del año mencionado, inmediatamente sabremos que la zona nombrada dista mucho de ser como la conocemos hoy en día. No existía nada alrededor, el río de la Plata llegaba hasta lo que hoy es la Casa de Gobierno, imperaba la tierra que se convertía en barro cada vez que llovía y no muy lejos de allí, pasaba algún río interior (que luego fuera tomado como límite de la Ciudad, como ser el que corría a desembocar al río de la Plata, por lo que hoy es la calle Chile).
El Capitán General Juan de Garay establece, por orden del Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragón, la Ciudad de la Trinidad en el Puerto de Santa María de los Buenos Aires de la provincia de Nueva Vizcaya, hasta el 16 de diciembre de 1617 que por Cédula Real se crea la Gobernación del Río de la Plata y Buenos Aires pasa a ocupar el lugar de Ciudad principal. Hasta ese momento dependía de la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay.
Pero volvamos a ese 11 de junio de 1580. Ese día, Garay mandó a fundar la Plaza pública que fue, en ese momento, dividida en dos: una de esas partes comprendia el radio de las calles actuales Rivadavia, Defensa (vereda este), Hipólito Yrigoyen y Balcarce, mientras que la otra parte de la llamada Plaza Mayor estaba delimitada por el perímetro comprendido por Bolívar, Hipólito Yrigoyen, Rivadavia y la vereda oeste de la calle Defensa.
Una de esas mitades de la Plaza Mayor (mencionada en primer término) fue cedida por Garay a Torres de Vera y Aragón para que construya su propiedad ahí, pero éste, jamás lo hizo por lo que ese terreno quedó, hasta el año 1607, en estado de total abandono. Fue para esa fecha que los Jesuitas tomaron poseción de un lugar, a cien metros de la segunda mitad, y levantaron en él unos ranchos y una pequeña capilla dando origen así, al Templo de San Ignacio.
Pasados doce años, el heredero del Adelantado, Juan Alonzo de Vera y Zárate, mandó constriur una casa en el predio que había quedado abandonado y en el año 1634 se la vendió a un hombre llamado Pedro de Rojas y Acevedo, quien en 1645 fallece y su viuda dona dicha casa a los Jesuitas. Éstos, a su vez, quedaron como dueños de la manzana cuatro años más tarde cuando los herederos de Vera y Zárate les cedieron legalmente los derechos de la propiedad.
Los Padres Jesuitas tuvieron en su poder estos terrenos hasta el año 1661 cuando el Gobernador, don Alonso Mercado y Villacorta, decidió comprárselos ya que sus edificaciones obstruían el campo de tiro de la Fortaleza y estaban viciadas de toda fealdad.

La Plaza Grande y La Plaza del Fuerte

Don Francisco Álvarez Campana, un adinerado hombre de la Ciudad, le había propuesto al Virrey Cevallos en 1763, construir un recova en la Plaza Mayor que la dividiera en dos. La construcción se haría por su cuenta y dicha recova estaría destinada a comercios que se encargarían de la venta de carnes, verduras, pescados y otros rubros.
No fue sino hasta el año 1803, ya bajo la gobernación del Virrey Del Pino, que se empezaron a realizar los trabajos de construcción para la nueva división de la Plaza, que constaba de dos cuerpos y estaba separada por un callejón, uniéndose más tarde, por un arco central. Los planos de la obra fueron confeccionados por el Maestro Mayor de Reales Obras, Agustín Conde y dirigidas por el Maestro Mayor de la Ciudad, Juan Bautista Segismundo.
Quedaba as, dividida la Plaza en dos terrenos de iguales proporciones: la parte más próxima al Cabildo, fue denominada con el nombre de "Plaza Grande", que, luego de la victoria y reconquista de la Ciudad durante las Invasiones inglesas, pasó a llamarse "Plaza de La Victoria". Por su parte, la mitad del terreno más cercana a la Casa de Gobierno fue llamada de cuatro maneras diferentes según fueron pasando los años: primero se llamó "Plaza del Fuerte", luego se le dio el nombre de "Plaza de Armas", más tarde se la denominó "Plaza del Mercado" y por último, "Plaza 25 de Mayo".

Problemas Financieros y Remates
Eran tiempos duros en cuanto a lo económico para el año 1835, por lo que se decidió sacar a remate público varias propiedades que estaban en manos del Estado. Una de esas propiedades que estaba a la venta, era la Vieja Recova.
La subasta se realizó el día 27 de octubre de 1835 y la mejor oferta fue ofrecida por un hombre llamado Manuel Murrieta, pero que no fue aceptada por lo que la venta se pospuso hasta el día 29 de septiembre de 1836, cuando se decidió venderla en forma particular y el comprador fue Tomás de Anchorena.
La familia Anchorena tuvo posesión de la Vieja Recova hasta el año 1883, cuando la Municipalidad se la expropió y luego, un año más tarde, por orden de Torcuato de Alvear (Intendente de la Ciudad) fue demolida. 
La Plaza de Mayo
Finalmente, a partir del 17 de mayo de 1884 la plaza quedó unida en una sola bajo el nombre actual de "Plaza de Mayo". Una de las modificaciones que se le hizo, fue el traslado de la Pirámide (en 1912) que, en ese momento se encontraba en el medio de la Plaza y fue trasladada al lugar en el cual todavía perdura.
Otras modificaciónes "sufridas," fueron el reemplazo de los llamados "poyitos" (bancos hechos de ladrillos y que fueron cambiados por otros de mármol) y la plantación de palmeras en lugar de los tradicionales "Paraísos".
Un decreto del 22 de enero de 1870  nombra una comisión, la cual estaba integrada por Bartolomé Mitre, Enrique Mrtínez y Manuel José Guerrico, a la que se le encarga levantar un monumento al General Manuel Belgrano. Ésta, a su vez, le encomienda al escultor francés Carrier-Belleuse que se encargue de realizar la obra en memoria del prócer.
Tres años más tarde (24 de septiembre de 1873) Domingo Faustino Sarmiento, entonces Presidente de la Nación, inauguró dicha estatua que actualmente se encuentra frente a la Casa Rosada.


La Plaza, Lugar Histórico
La Comisión Nacional de Monumentos Históricos, colocó el 25 de mayo de 1941 una placa de bronce con la siguiente leyenda: "En esta Plaza Histórica, el fundador Juan de Garay, plantó el símbolo de la Justicia el 11 de junio de 1580. La Plaza Mayor fue desde entonces, el centro de la vida ciudadana donde el pueblo celebró sus actos más solemnes como sus fiestas y expansiones colectivas. La Reconquista y la Defensa de la Ciudad de 1806 y 1807 culminaron en la Plaza Mayor que se denominó ´Plaza de La Victoria´. En 1810 fue el glorioso escenario de la Revolución de Mayo y en 1811 levantóse en ella la Pirámide conmemorativa de la fecha patria; hechos trascendentales de la Historia Argentina se sucedieron en la Plaza de La Victoria. Aquí el pueblo de Buenos Aires juró la Independencia de la Patria el 13 de septiembre de 1816 y la Constitución Nacional el 21 de octubre de 1860".
El 9 de junio de 1942, la Plaza de Mayo fue declarada Lugar Histórico por Decreto número 122.096.

El alumbrado público en la antigua Buenos Aires

 



La Luz en Buenos Aires


A todas las dificultades que tenía Buenos Aires luego de su fundación definitiva, se le sumaba una de gran importancia: el alumbrado de sus calles. De día, naturalmente, el problema no existía, pero al bajar el sol, comenzaba el padecimiento de todos los vecinos y comerciantes porteños. Es por eso que rápidamente se comenzó a utilizar el sebo vacuno para confeccionar velas para ser colocadas en las puertas de los negocios y casas. Esto también se daba en días festivos en las plazas y edificios públicos.

El sebo en aquellos tiempos, era un elemento de vital importancia para los pobladores de Buenos Aires, ya que sin él, no se podía fabricar las velas que servían para la iluminación de las calles; es por esta razón, que el Cabildo era el encargado de procurar su correcto abastecimiento a los porteños. Sin embargo en el año 1721 los propios vecinos comenzaron a elevar quejas a las autoridades denunciando la escasez del sebo, lo que llevó a los responsables de investigar qué pasaba, a darse cuenta que se estaban realizando envíos en grandes cantidades a Mendoza y al norte, de este necesario elemento. Y eso se daba porque, mientras que en la Ciudad se pagaba por cada saco, dos reales, en las provincias su valor se duplicaba. Dada esta problemática, las autoridades del Cabildo le dieron la potestad a los vecinos de que decomisen todo envío de sebo vacuno al interior y limitó la cantidad de sacos transportados a una unidad por carreta.


Primer Intento de Alumbrado Público Permanente

En el año 1744, el gobernador Domingo Ortíz de Rozas intentó llevar adelante el proyecto de alumbrado público permanente en las calles porteñas, no solamente en épocas festivas. Para ello, dispuso que todas las tiendas y pulperías colgasen, al oscurecer, faroles en sus frentes y que los mantengan encendidos hasta las nueve de la noche en época invernal y hasta las diez en verano. De este modo se aseguraría que las calles "estén claras y se eviten muchas ofensas a Dios nuestro Señor". Y para que esto se cumpliera, puso penas duras a cumplir en caso de desobediencia, como por ejemplo, el pago de una multa de diez pesos "aplicados para las obras de Su Majestad y dos meses de condena al destierro en el presidio y Plaza de Montevideo".
Así y todo, con el correr del tiempo nadie cumplió y el intento de mantener alumbradas las calles de manera permanente, fracasó.


Virrey Vértiz, Padre del Alumbrado Público

Luego del intento fallido de Ortíz de Rozas, fue Juan José Vértiz en 1770 quien reimplantó la vieja Ordenanza e impuso a las pulperías y las tiendas la normativa de colgar un farol en sus frentes por las noches.

El 2 de diciembre de 1774, por medio del "Bando del Buen Gobierno" sentó las bases para instaurar definitivamente el sistema de alumbrado público permanente en las calles de la Ciudad. El gobernador había dispuesto que: "El gasto de la nueva iluminación que se va estableciendo en las principales calles de la Ciudad, por el bien general que resulta para todos los habitantes, sea cubierto proporcionalmente, por todos los vecinos".

Serían éstos los encargados de encender y limpiar los faroles más próximos a sus casas o negocios, al tiempo que debían bajarlos y ponerlos a resguardo los días de lluvia. "El Bando del Buen Gobierno", proclamado en todas las plazas públicas, también sostenía que los esclavos que rompan algún farol "al tiempo de encenderlo, limpiarlo o retirarlo recibirá cincuenta azotes y los dueños pagar su reparación". Tambíén impuso la pena de diez pesos a quien "con malicia o sin ella" rompiese algún farol.

Los Primeros Faroles

Como es de esperar, los primeros faroles colocados en las calles de la antigua Buenos Aires eran muy precarios y contaban, solamente, con una vela de sebo que a su vez estaba dentro de un armazón de madera y cubierto en sus lados por papel para evitar que el viento la apagara.

Pasado un tiempo se los reemplazaría por otros más grandes que contenían tres o cuatro velas en su interior y en vez de estar cubierto con papel estaban cubiertos por vidrio.

Se colgaban de "una cigûeña de madera o fierro" la que a su vez, se empotraba en la pared, consiguiéndose así, iluminar el casco céntrico de la Ciudad sin que los habitantes tuvieran que salir de noche con faroles de mano, que eran transportados por esclavos.

A partir del año 1777 y luego de varios reclamos de los vecinos y por el descuido de los faroles, las autoridades resolvieron dejar de lado la normativa que obligaba a los ciudadanos a mantener y cuidarlos y los dieron en concesión o "asiento" a algunos empresarios que, según los documentos de la época, nunca cumplieron con el servicio en la forma pactada.

Un caso que puede ponerse de ejemplo es el del vecino Felipe Robles, quien al no cumplir con su compromiso asumido, fue embargado y encarcelado. Por esa razón, la mayoría de los faroles instalados en la antigua Ciudad, quedaron inutilizados y las noches porteñas nuevamente dejaron de estar iluminadas.

Así fue como el Cabildo se hizo cargo de la administración del alumbrado público de Buenos Aires en el año 1797 aunque tampoco fue muy muy efectiva su intervención. Tal ineficaz resultó la administración oficial, que las quejas se multiplicaron.

Ante esta situación, un vecino que ya había tenido a su cargo la concesión un tiempo atrás, llamado Leonardo Ovella, intentó volver a obtenerla argumentando que "los asentistas dejaban de encender los faroles ocho noches que había luna, ahora se dejan once, aunque las noches estén tenebrosas, como se ha visto, poniendo unas velas tan pequeñas que a las siete y antes que saliese la luna estaban apagadas ya, gran cantidad de ellas".
Igualmente, pese a la mala administración oficial y privada, los faroles se fueron multiplicando en las calles de la Ciudad de Buenos Aires hasta llegar en el año 1804 a la cantidad de seiscientos sesenta y uno.



martes, 3 de noviembre de 2020

El Gran Evento

  


(Cuento basado en un hecho histórico)


El día anterior, los padres de la pequeña Antonia, Antonio Sosa y Ana Escovar, habían amanecido antes de lo habitual. La ansiedad, el deseo y el orgullo que el evento del día siguiente traería, sólo tendría como protagonista a su primogénita. A partir de ahí, no habría posibilidad que otra niña u otro niño pudiera ocupar ese lugar.

Era muy temprano por la mañana, el sol apenas había alcanzado a salir en su plenitud hacía pocos minutos y sus rayos le daban formalmente la bienvenida al nuevo día. En las demás casas de esa incipiente metrópoli, todos sus habitantes dormían. Lo propio hacían los caballos que andaban sueltos en la Plaza Mayor. Demás está decir que el silencio, permitía oír al viento que soplaba sobre la costa del Río de la Plata y traía la tierra y demás basura que se encontraba dispersa por las calles.

Con el correr de las horas la gente iba despertando y saliendo de sus casas para comenzar a realizar las tareas diarias, preparar sus puestos de ventas, asistir a la primera misa de la mañana, en fin, las cosas que cada uno tenía prevista de antemano o le iban surgiendo en el momento.

Para esa hora los Sosa ya estaban realizando los últimos decorados para adornar su casa (que era de las más destacadas) para luego seguir con el retoque final de los detalles de la ropa que usarían para el gran acontecimiento, y luego preparar la comida, dejar la vajilla impecable, no pasar por alto los detalles del mantel, terminar de escoger la ropa que usaría la afortunada niña y otros tantos quehaceres que conllevaba un evento de esa envergadura.

El programa de la tarde para los padres de Antonia era el de llevar las invitaciones a los vecinos. No dejaba de ser un hecho formal ya que previamente los habían invitado de palabra. Pero querían que sea así. Antonio Sosa era el encargado de llevárselas a los hombres y Ana Escovar, a las mujeres. Ana fue quien tuvo el trabajo más sencillo, pues su grupo había quedado en reunirse en los Altos de la calle Santa Rosa, a pocos metros del Cabildo. El señor Sosa, en cambio, tuvo que ir por los puestos de venta que rodeaban la Plaza y por varias casas más, en un radio de siete cuadras a la redonda, lo cual poco le importó ya que sería la gran fiesta que hasta el momento, la Ciudad fundada por Juan de Garay, no había tenido.

El día iba llegando a su fin. Los últimos puestos abiertos sobre la calle Del Cabildo comenzaban a cerrar ya que el los rayos del sol cada vez eran más débiles y la falta de luz imposibilitaba las cosas. Pero en la casa de la pequeña Antonia nada cesaba. Las velas (de vital importancia para alumbrar las casas en aquellos tiempos) comenzaban ya a apagarse y los Sosa seguían ultimando detalles. Pasada la medianoche, Antonio y Ana, pusieron fin a su largo y atareado día y fueron a dormir algunas horas. El gran momento se acercaba.

Aquel dieciséis de marzo de 1611 había llegado y Ana, impaciente, despertó a las seis y diez de la mañana creyendo que su sueño había superado el límite que el día permitía. Al acercarse a la ventana y correr la cortina negra que impedía que la claridad del día ingresara, vio que los primeros rayos del sol recién asomaban tímidamente. Haciendo el mínimo ruido, salió de su habitación (donde todavía dormían su esposo y su hija) y se dirigió a la sala donde se llevaría a cabo la fiesta luego del evento. Su ansiedad “le ordenó” ir preparándose y así lo hizo. Lentamente, pero sin pausa alguna, comenzó a ponerse a punto para el día soñado, varias horas antes del gran momento.

Cerca de las ocho de la mañana despertó Antonio y, aunque casi dormido, una sonrisa se le dibujó en su rostro al ver que Ana ya no estaba en la cama. No tardó en saber que ya estaría lista vaya a saber con cuántas horas de anticipación. Y procedió a levantarse también. La protagonista del día, seguía inmersa en su tierno sueño.

Una vez listos, se abocaron a preparar a quien quedaría, a partir de las horas siguientes, en la historia de la Ciudad. Y la vistieron con el vestido más hermoso que pudieron hacerle. La peinaron, y los tres salieron rumbo a la Catedral donde ya esperaban los invitados.

En la Catedral estaban todos. Nadie quiso perderse tamaño evento. Solamente faltaba una persona. Y justamente esa persona era quien tenía un gran protagonismo ese día. Sin él, todo lo hecho hasta ahí, resultaría inútil. Y no llegaba.

La impaciencia -producto de la ansiedad, claro está- se empezó a apoderar de todos los presentes que cruzaban las miradas buscando alguna respuesta. Antonio Sosa, miraba hacia todos lados buscando a la autoridad del acontecimiento, pero no lo veía. Hasta que su impaciencia hizo que saliera hasta la puerta. Nadie más se movió de su lugar.

Al salir hasta la puerta de la Catedral, dirigió su mirada hacia lado del río. Nadie venía. Siguió girando la cabeza lentamente, sin dejar punto en dónde mirar, hasta la calle Santa Rosa y tampoco. Su cabeza siguió girando al mismo ritmo y observó que la puerta principal del Cabildo se abría y salía, con apuro rumbo a la ceremonia, Juan Martínez de Macedo, y ahí, la tranquilidad se hizo presente.

 

El cura encargado de llevar adelante el primer bautismo en Buenos Aires, por fin, había aparecido. 

domingo, 1 de noviembre de 2020

Una bomba en el Teatro Colón

 




Con la presencia del entonces Presidente José Figueroa Alcorta, el 25 de mayo de 1908 se inauguró el Teatro Colón, en el lugar en el cual hoy todavía sigue deslumbrando a todo aquel que asiste a una de sus galas; en la manzana comprendida por las calles Cerrito, Tucumán, Libertad y Viamonte. Vale aclarar que antes de adoptar esta nueva ubicación, se encontraba en la esquina de las calles Rivadavia y 25 de mayo, edificio que actualmente pertenece al Banco de La Nación Argentina.

En la velada inaugural fue cantada la ópera "Aída" de Verdi por Lucía Crestani, una soprano de origen italiano y el tenor Amadeo Bassi y el público se agolpó desde horas tempranas para el evento que dio el puntapié inicial al progreso cultural de Buenos Aires, según palabras de muchos expertos en la materia en aquel entonces.

Pero si bien el Teatro Colón siempre brindó veladas majestuosas, tuvo una noche de espanto el 26 de junio de 1910, cuando explotó una bomba debajo de una de las butacas de las plateas, originado heridas a tres personas que estaban sentadas cerca del lugar de la detonación mientras se cantaba la ópera Manón de Massenet.

El hecho se produjo cuando se levantaba el telón para dar comienzo al segundo acto, momento en el cual se oyó un estampido seco en la parte derecha de la platea, antes de llegar al pasadizo de entrada. Acto seguido a dicho estampido se levanto una nube de humo y polvo. Los autores del atentado fueron integrantes de grupos anarquistas que por ese entonces tenían en vilo a la gente ya que sus actos eran frecuentes en la capital argentina.

El artefacto explosivo fue colocado en la fila 14 debajo de la butaca que pertenecía a César Ameghino que, esa noche no había asistido a la gala, sino que había preferido ir al Teatro Opera en a calle Corrientes. De igual modo, el estallido le provocó daños a tres hombres que estaban cerca de dicha butaca y a dos mujeres. El herido más grave había sido identificado por los médicos que lo asistieron, como José Scheer, de origen alemán.

Con la sala casi a oscuras el temor ganó a la mayoría de los presentes que, presos de la desesperación, se agolparon hacia las salidas para escapar rápidamente.Sin embargo, el director de la orquesta, Eduardo Vitale, al ver la desesperación de la gente, lejos de caer también en ella, comenzó a tocar los acordes del Himno Nacional logrando llevar la calma a la multitud.

Pasado el episodio, el Teatro volvió a abrir sus pertas el día 29 (apenas setenta y dos horas después), velada en la que se representó en el escenario "El Barbero de Sevilla" de Rossini, en la voz del tenor Titta Ruffo. Esa noche, el Colón tuvo un lleno total, como si nada hubiera ocurrido tres días antes. 

Al respecto, Georges Clemenceau, quien por ese entonces se encontraba en Buenos Aires declaró: "Ni una señora de la sociedad faltó a la representación. Es un hermoso acto de carácter que hace honor al elemento femenino de la Nación Argentina. No estoy seguro que en París la sala hubiera estado repleta en un caso semejante".

La primer invasión inglesa a Buenos Aires

 

              


Allá lejos en París

La noche ya estaba entrada hacía unas horas el 3 de mayo de 1803 y el edificio de la Embajada británica en París estaba iluminado ya que el embajador inglés, lord Charles Whitworth, se aprestaba a dejar Francia y volver a su país. Era inminente que las dos grande potencias, con la finalidad de dirimir quien dominaría el mundo, iban nuevamente a la guerra. Sin embargo antes de la medianoche llega a la Embajada inglesa un funcionario del gobierno francés que daba lugar a la esperanza de frenar las acciones bélicasCharles Maurice de Talleyrand-Périgord, ministro de relaciones exteriores de Francia, citaba al diplomático inglés a una reunión urgente para el día siguiente.
Ya frente a frente Talleyrand le le hace llegar al embajador inglés la propuesta de Napoleón BonaparteGran Bretaña desalojaría la Isla de Malta (centro en disputa y llave estratégica del Mediterráneo) y ésta quedaría bajo custodia rusa. De este modo Rusia se encargaría de controlar que la Isla no sirva a los intereses bélicos a ninguna de las dos potencias. La respuesta del embajador inglés fue tajante"Malta es un punto estratégico para la defensa de Gran Bretaña por lo que sus tropas no se marcharán en un lapso menor a diez años".

Pese a esa respuesta el ministro francés convence a Whitworth de llevar la propuesta a su gobierno y éste parte rumbo a Inglaterra dispuesto a apoyar las negociaciones con el fin de evitar cualquier acción militar. El 7 de mayo el gabinete inglés, liderado por Henrry Addingtonvizconde de Sidmouth, se reúne para escuchar la oferta francesa y firmemente expresa: "No hay ninguna posibilidad de que Inglaterra deje Malta"Addington estaba convencido que la propuesta de Bonaparte no era más que una estrategia para ganar tiempo y que de esta manera su flota que se encontraba en Las Antillas llegara al punto en disputa. De esta manera quedaba desechada la propuesta francesa y éstos tenían que aceptar que los británicos se quedaran en Malta por un lapso de diez años. De no aceptar los franceses, Addington daba  expresa orden que Whitworth debía abandonar París en un lapso no mayor a las 36 horas.

Comienzan las hostilidades


   
En los primeros días de mayo Napoleón reunió en el Palacio Saint-Cloud a su Consejo de Gobierno para leer la carta proveniente de Gran Bretaña en la que quedaba sentado que no se aceptaba la oferta realizada. Los miembros presente eran siete cuando se procedió a la votación. Solo dos personas votaron en contra de una acción militar: Talleyrand y Jose BonaparteLa guerra era una realidad según lo anunciaba el gobierno inglés el 18 de mayo. Ese día luego de un corto intercambio de fuego la flota inglesa captura una embarcación francesa.



La Guerra involucra a España

Mientras los choques entre ingleses y franceses se sucedían, en España el Rey Carlos IV y su Primer Ministro Manuel Godoy, no querían involucrarse en el conflicto bélico, pero al tener una alianza con Francia le ofrecieron a Bonaparte un subsidio de seis millones de francos que son aceptados inmediatamente por Napleón que se encontraba expresamente trabajando en la invasión a Inglaterra. Como España no actuaba en forma directa en el conflicto pero ayudaba economicamente a FranciaInglaterra no tarda en intimidar a los españoles para que se  definan. 
                                                                                                                                               
Un año más tarde, el 7 de mayo de 1804, William Pitt, llamado "El Piloto de las Tormentas" vuelve a asumir la jefatura del  Gobierno inglés. A su vez, el 18 de ese mismo mes, Napoleón toma el título de Emperador de los francesesPitt tenía un único objetivo: destruir a Napoleón y a su imperio mediante una lucha sin cuartel. En cuanto a la neutralidad española, el flamante jefe del Gobierno británico fue contundente: "Esta guerra no permite distinguir entre enemigos y neutrales. Están separados por tan corta distancia que ante el menor recelo, sospecha  o acontecimiento serán considerados iguales".


                                                                                                           
El 12 de octubre en una mansión ubicada en la periferia de Londres se produce una reunión entre William Pitt, el primer lord del Almirantazgo, lord Melville y el Comodoro Home Popham. Este cónclave traería consecuencias a futuro para el Río de la Plata dado que la guerra contra España era una realidad para los ingleses y la estrategia era golpear en las colonias españolas en AméricaPopham comienza a trabajar con ayuda de Francisco de Miranda en la elaboración de un proyecto para operar militarmente contra los intereses españoles en América con el objetivo de separar a las Colonias de la MetrópoliPitt escucha y aprueba de inmediato el proyecto pero pone una condición: si la guerra contra España no prosperaba, la expedición no se llevaría a caboPopham da su palabra de que así sería.

Home Popham recibió órdenes de redactar con lujos de detalles el proyecto y entregarlo a su superiores dentro de los próximos cuatro días a lord Melville. A este proyecto se lo conoció como el "Memorial de Popham" que sería el punto de partida del ataque inglés a Buenos Aires en junio de 1806. Junto con Miranda comenzaron a delinear las incursiones. El objetivo principal era Venezuela y Nueva Granada en donde Miranda pretendía desembarcar y dar el grito de independencia. Popham a su vez proponía una acción secundaria contra el Virreynato del Río de la Plata al que atacaría con unos tres mil hombres. El proyecto incluía una invasión por el Pacífico a Valparaíso, Lima y Panamá con ayuda de tropas australianas y de la India. Al final de ambas operaciones, Miranda ejercería el poder en Venezuela y Popham en Buenos Aires. La idea de invadir no era con el objetivo de colonizar sino de buscar la emancipación americana. 


     
La fecha exacta de la entrega del Memorial al vizconde fue el 16 de octubre mientras Gran Bretaña afrontaba serios problemas de ser invadidos por las tropas napoleónicas. Melville vio con buenos ojos el proyecto presentado pero su cabeza estaba puesta en los dos mil hombres que Napoleón estaba reuniendo en el campo militar de Bulogne para la inminente invasión por lo que cualquier otra acción militar fuera de la defensa de Gran Bretaña quedaba en segundo plano. 

William Pitt recibió una propuesta por parte del Zar de Rusia, Alejandro I de formar una alianza para detener los planes de Napoleón con el la novedad de incluir a España en dicha alianza. A partir de esta propuesta, se daba por tierra cualquier ataque a intereses españoles en América. Pitt mantuvo esa postura incluso luego de que España le declarara la guerra formalmente a Inglaterra el 12 de diciembre de 1804. 

                                                             
                                                      

 
Pophan y un nuevo objetivo

A mediados de 1805 Francisco de Miranda parte rumbo a Estados Unidos luego de verse frustrado su intento de emancipar a las Colonias del Río de la Plata y con el objetivo de obtener ayuda para tal fin. Por su parte en el puerto de Plymouth, Popham presta sus servicios cuando recibe una información que lo hizo salir rumbo a Londres a entrevistarse con Pitt. Dicha información daba cuenta que la colonia holandesa de Cabo de la Buena Esperanza era militarmente débil y procede a convencer al primer ministro inglés de invadirla. Pitt no duda y autoriza dicha invasión ya que Cabo de la Buena Esperanza era un punto vital para Gran Bretaña dado que dominaba la ruta de sus posesiones en la India. Ganar esa posición en el extremo sur de África era de vital importancia para Inglaterra dado que Francia había desplegado una flota en el Atlántico Sur. 

El 29 de julio de 1805 se reúnen Pitt y Popham donde el primero imparte las instrucciones para el ataque en el continente africano y pone en conocimiento del Comodoro unos documentos confidenciales. Antes de partir con la expedición, Popham recibe una noticia de un poderoso comerciante inglés, Thomas Wilson, que daba cuenta que Buenos Aires y Montevideo se encontraban casi desguarnecidas militarmente y que con unos mil hombres la operación sería un éxito. William Pitt volvía a desestimar cualquier acción contra las colonias españolas americanas.

Embarcado rumbo a la conquista del Cabo de Buena Esperanza, Popham sabía que las operaciones contra Buenos Aires y Montevideo no iban a demorarse. Había que esperar que la situación en Europa de un giro y el ataque se haría realidad. El 11 de noviembre la expedición inglesa llega al puerto de Bahía para abastecerse de agua y alimentos. En tierras brasileñas confirma definitivamente la información recibida en Londres: la guardia militar de Buenos Aires era absolutamente floja ya que la última guarnición militar enviada por España había  sido el Regimiento de Infantería de Burgos en el año 1784 y, en caso de actuar, los mismos pobladores harían replegar a los soldados españoles. 


  
La noticia de la llegada inglesa a Bahía no tardó en correr y llegó a Buenos Aires por lo que el Virrey Rafael de Sobremonte hace desplegar a los soldados para resistir la inminente invasión. En tanto en Estados Unidos las noticias eran que Buenos Aires había caído en manos de Popham y sus hombres. Nada más alejado de la realidad ya que el Comodoro inglés al salir del puerto de Bahía partió con rumbo al sur de África en donde obtiene una fácil victoria en el Cabo de la Buena Esperanza a donde llegaron en los primeros días del año 1806.

Luz verde a la invasión 

Popham recibe una noticia que le dio luz verde para llevar a cabo su tan ansiado plan de invadir el Río de la Plata: España se encontraba definitivamente ligada en una alianza con Napoleón en su lucha con Inglaterra. Por tal motivo la propuesta rusa de incluir a los españoles en la lucha contra Bonaparte quedaba nula. El 9 de abril Popham hace saber al almirantazgo que dado a que en Cabo de Buena Esperanza ya no existía el peligro, parte para operar en las costas del Río de la Plata. El día 14 de abril de 1806 zarpa hacia las costas de Buenos Aires. Ya se había decidido el ataque a Buenos Aires. El 20 de mayo se da la primera alarma en el Virreinato: la Fragata "Leda", que era la encargada de adelantarse para reconocer el terreno, aparece ante la fortaleza Santa Teresa.

El desembarco inglés
                                                                                                                  
Se produjo el 13 de junio de 1806 pero las fragatas inglesas estaban en aguas del Río de la Plata desde hacía más o menos cinco días y Popham y William Beresford estaban reunidos en la Fragata "Narcissus" junto a sus principales lugartenientes. En pleno Consejo de Guerra, Beresford sostiene que Montevideo debe ser atacada en primer término, en tanto Popham mantiene su idea de que hay que actuar primero sobre Buenos Aires ya que allí se encontraban los caudales reales que iban destinados a España. 

Cae Buenos Aires
                                                                         
Los primeros soldados ingleses en pisar Buenos Aires lo hicieron el mediodía del 25 de junio en las playas de Quilmes. Durante todo el día continúan desembarcando si oposición. En la noche Beresford toma lista a los mil seiscientos soldados que desembarcaron en medio de la lluvia. Llevaban como único armamento pesado ocho piezas de artillería. A la mañana siguiente Beresford da la orden a su tropa de alistarse para el inminente ataque. Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos. Pero al repartir el armamento se produjo un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés, de modo que el Virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada. 




El 27 de junio las autoridades virreinales entregaron Buenos Aires a los británicos y sus tropas desfilaron por la Plaza Mayor e izaron las bandera inglesa durante cuarenta y seis días y nombraron al territorio conquistado como Nueva Arcadia. Mientras tanto, algunos miembros del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación británica. Belgrano prefirió retirarse "casi fugado", según sus propias palabras, a la Banda Oriental del Río de la Plata, a vivir en su campo de Mercedes, dejando en claro su postura al pronunciar su célebre frase: "Queremos al antiguo amo o a ninguno".

Sobremonte abandonó la capital en la mañana del 27 de junio y se retiró con destino a Córdoba con algunos centenares de milicianos que no tardaron en desertar. Los caudales que habían sido determinantes para Popham al momento de decidir atacar primero Buenos Aires habían sido sacados dos días antes de acuerdo a un plan trazado el año anterior. Beresford demandó la entrega de los caudales del Estado y advirtió a los comerciantes porteños que en caso contrario retendría las embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría contribuciones. 

La Reconquista   
                                                                                            

Los vecinos de la ciudad, criollos y españoles por igual, comenzaron a armarse para defenderse dado que las autoridades no mostraban acción alguna ante los hechos ocurridos. Organizaron varios grupos clandestinos que planeaban atacar la residencia deBeresford tuvieron el apoyo del rico y poderoso comerciante español Martín de Álzaga. En julio, al mando de Jose Ignacio Garmendia partieron cerca de quinientos hombres desde Tucumán y recibieron en Sntiago del Estero una comunicación del virrey pidiendo que una compañía fuera a marcha forzada para llegar cuanto antes a Buenos Aires. El encargado de hacerlo fue Salvador Alberdi. 


 El 1 de agosto una guerrilla amparada por Martín de Álzaga al mando de Juan Martín de Pueryrredón fue derrotada por una fuerza inglesa de 550 hombres. Pero la mayor parte de las tropas quedaron intactas para reco nquistar la ciudad.

Antes de que los rebeldes porteños pudieran llevar a cabo su plan, nuevas tropas llegaron a Buenos Aires y estaban comandadas por Liniers, que había abandonado su posición en Ensenada y cruzado el Plata para organizar a las tropas para la reconquista. Desde Montevideo, y con la ayuda de Pascual Ruíz Huidobro, gobernador de esa ciudad, organizó un ejército que partió el 23 de julio para Colonia y el 3 de agosto fue embarcado en una flota de veintitrés naves hacia Buenos Aires para iniciar la Reconquista.

El 12 de agosto, Liniers avanzó sobre la ciudad desatando una batalla campal en distintas calles de Buenos Aires, hasta acorralar a los británicos en el Fuerte de la ciudad. También salieron a la calle centenares de voluntarios organizados y entrenados por Álzaga. Cerca de doscientos prisioneros ingleses fueron custodiados y llevados por las tropas de Garmendia hasta la ciudad de Tucumán, que debía encargarse de alojar, alimentar y custodiarlos.

                                                                                                          
             
Beresford se rindió y firmó el convenio de rendición el 20 de agosto, en la que se acordaba el intercambio de prisioneros entre ambos bandos. Temiendo un segundo ataque, el Cabildo presionó para que los prisioneros británicos fueran enviados al interior, anulando así los términos de la rendición. Una vez reconquistada Buenos Aires la Real Audiencia asumió el gobierno civil y nombró Capitán General  Liniers. Asimismo, la corona española le agregó el título "La muy fiel y reconquistadora" a la ciudad de Montevideo y en el escudo de dicha ciudad se agregaron banderas británicas caídas, indicando la derrota de los británicos frente a Montevideo.
Popham fue juzgado por una corte marcial británica por haber abandonado su misión en Cabo de Buena Esperanza pero su castigo se limitó a ser "severamente amonestado". La ciudad de Londres le otorgaría luego una espada de honor por sus esfuerzos por abrir nuevos mercados; la sentencia nunca llegó a afectarlo.